El célebre artista argentino ha ilustrado obras literarias de autores como H.P Lovecraft o Kafka desde una perspectiva retórica, novedosa y personal cimentada en la estética simbolista del siglo XIX
Es inevitable asociar la figura del ilustrador Santiago Caruso (Quilmes, Argentina 1982) a grandes autores clásicos de la literatura universal, especialmente a aquellos que han explorado universos inquietantes y aterradores a los que editoriales como Valdemar, Libros del Zorro Rojo o Alma Editorial han tenido a bien hacerles justicia con ediciones dignas de ser coleccionadas, entre otras razones, por su belleza estética.
Caruso ha dado vida a pasajes y personajes de obras literarias como Los Cantos de Maldoror (Valdemar); El Horror de Dunwich, La Condesa Sangrienta, El Monje y la Hija del Verdugo, El Rey de Amarillo (Libros del Zorro Rojo) o La metamofosis (Alma Editorial).
Su trabajo no está ligado únicamente a la literatura, también ha colaborado con diferentes grupos musicales de América y Europa diseñando las caratulas de sus álbumes. Además, el ilustrador argentino dedica parte de su tiempo a la docencia y a la divulgación a nivel internacional.
La obra de Caruso no sólo está presente en bibliotecas y estanterías, también se ha exhibido en diferentes museos y galerías de España, Brasil, México, Argentina, Estados Unidos, Reino Unido y Francia.
Negromundo. Te encuentras entre los ilustradores más reconocidos de editoriales en español, habiendo trabajado con Libros del Zorro Rojo, Alma Editorial o Edición Valdemar. Todas ellas dedicadas parcial o completamente al género fantástico, de terror y ciencia ficción. A día de hoy, y con tantos trabajos a tus espaldas, ¿sientes presión a la hora de dar vida a las historias de autores como H.P. Lovecraft o Franz Kafka?
S.C. Con autores como Lovecraft, al que ya he ilustrado en varias ocasiones, la presión no es tanta. Sí lo es a la hora de innovar en la pintura, ya que existe un paradigma para ilustrar a Lovecraft que tiene que ver con una estética muy ligada al cine. Yo he intentado utilizar otra técnica, más cercana a la acuarela, utilizando un color poco realista. Aproximarme a su obra fue un desafío porque la llevé a cabo con una técnica incluso novedosa para mi propia estética. Existen muchos artistas actualmente dedicados al concept art, en el que para la representación de los monstruos destacan con pelos y señales la naturaleza antinatural de estas criaturas. Yo he intentado alejarme un poco de esto, tratando de no mostrarlas con mucho detalle.
A Kafka lo ilustré el año pasado, fue La Metamorfosis. Nunca había llevado a cabo nada de este autor y me encanta. Lo hice apelando a un estilo que trabajaba años atrás; más grotesco, más distorsivo, con el fin de dar una perspectiva deformada de la familia de Gregor, el protagonista. Me divertí mucho haciéndolo, fue mucho más dinámica la composición de las imágenes. Fue más lúdica y libre, distorsionando y exagerando elementos y personajes. Intenté inspirarme en los dibujos animados de los años 30, y aunque después terminó siendo algo más realista, sigue teniendo algo de ese humor distorsivo de las primeras animaciones.
La presión que puedes sentir aproximándote a una obra literaria, más nueva o más vieja, está determinada por lo que uno ya hizo y cómo eso genera un piso de calidad y una forma discursiva para con el lector. Pero tampoco puedo hacer siempre lo mismo. De hecho, lo que he estado haciendo es cambiar de técnicas, explorar otras formas de discurso: sin fondo, más narrativa, menos narrativa, con una gestualidad más práctica o más abstracta, una plasticidad más diáfana como la de la acuarela… El desafío reside en cómo generar algo nuevo, distinto.
N.M. Además de ilustrar libros, también has sido el creador de diversas portadas de discos de diferentes grupos latinoamericanos. ¿Eres consciente de que tu obra permanecerá por años, tal vez décadas y, por qué no, siglos en estanterías de bibliotecas y hogares? ¿Qué planteamientos acuden a tu mente al reflexionar sobre ello?
S.C. Ojalá permanezcan en los hogares. En las estanterías no tanto, porque espero que se compren las obras (risas). Pero el futuro lejano no es algo que me preocupe. Sí corroboro que libros que hice hace diez años siguen siendo interesantes, siguen teniendo lectores, siguen siendo importantes y se siguen imprimiendo. Las editoriales pequeñas, sobre todo norteamericanas, son las que no han reimprimido mis obras porque hacen tiradas pequeñas y la continuidad de la vida de esas ediciones no es igual que la de las editoriales que sostienen los libros en el tiempo, como Libros del Zorro Rojo o Editorial Valdemar.
Es totalmente incierto lo que va a pasar de aquí a un año, y es más difícil todavía saber qué pasará de aquí a cincuenta, pero si me preocupara el futuro trabajaría otro tipo de técnicas. Y respecto a los libros, ojalá que siga habiendo una circulación de la imagen que renueve su carácter disruptivo más allá del bombardeo infernal: las redes sociales, la publicidad y el cine hacen muchas veces de receptáculos vacíos. Superficialidad sin cuerpo detrás, sin contenido que las anime.
N.M. ¿Es suficiente para ti leer una obra literaria para sumergirte en ella o utilizas otros métodos además?
S.C. Con lo primero que trabajo es con la obra literaria. Incluso cuando trabajo para discos de bandas de cualquier lado, les pido el título del disco y la letra de los temas. Converso con ellos para ver cuál es la idea del disco, de qué están hablando y después voy a la lírica. Así que siempre estoy trabajando con la palabra. A partir de eso, despliego un concepto propio y trato de trabajar en espejo por ese lado conceptual que más tiene que ver con mi simbología: ver qué hay de común para establecer un lenguaje con la obra. De esta forma va surgiendo una imagen que ilustra lo que se dice, pero que su vez es muy particular. Ideo la composición a partir de leer otros textos o investigar el tema si aparece alguna inquietud a partir de la obra literaria. La música es compañía, es inspiración: para la parte compositiva prefiero más lo instrumental, algo que no interfiera con las voces y los discursos.
Pensar y componer implica articular sentido, y eso muchas veces tiene que ver con la palabra. Si hay otras palabras interfiriendo, me distraigo con la letra de la canción, sobre todo si la conozco. Así que para componer prefiero la música en abstracto, o el silencio últimamente. Hace mucho que prefiero el silencio, por eso trabajo muchas veces de noche o comienzo por la tarde cuando empieza a calmarse un poco el tránsito. Puedo escuchar charlas de filosofía, alguna entrevista, alguna nota a alguien o escuchar música de cualquier tipo una vez que sé cuál es la forma compositiva y ya me dispongo a la ejecución de la obra.
«Al ahondar en la narrativa y la lectura de ficción, sobre todo la del siglo XIX, inevitable uno deriva en el horror»
N.M. ¿Estar siempre inmerso en un mundo de oscuridad recreando escenas aterradoras o tenebristas te impide ver el lado luminoso de la vida o, por el contrario, eres capaz de desinhibirte de los mundos de oscuridad con facilidad?
S.C. Si me escuchan hablar o me conocen personalmente, verán que lo que anima a lo tenebroso es lo introspectivo, ahondar en lo misterioso. Y el miedo es parte de eso. Yo creo que preguntarte a cerca de los conflictos de la vida, inevitablemente te lleva a ahondar en lo incómodo, en lo oscuro, en lo misterioso y en lo que inquieta. El género fantástico, en general, tiende al misterio; al horror como elemento. Es por ello que al ahondar en la narrativa y la lectura de ficción, sobre todo la del siglo XIX, inevitable uno deriva en el horror. La inquietud es lo que anima mi motor de creación de imágenes. Los encargos y las lecturas que he decidido hacer a lo largo de la vida también van condicionando el devenir de lo que voy ilustrando y lo que viene como respuesta a esas decisiones.
Lo luminoso yo lo tengo muy a mano, a mí me alegran los días soleados, me dan más ganas de hacer cosas. Trabajo mucho, pero tengo hijos de diez y ocho años, por lo que no podría habitar sólo lo oscuro. Sería una mala persona. También los chicos te conectan con lo vital y con lo luminoso. Soy una persona que sabe reírse y también cuáles son las cosas importantes, fundamentales y necesarias. Mi vida antes de la cuarentena era muy parecida a la de ahora, donde organizo el tiempo dentro de la casa, donde trabajo independientemente y no tengo horarios hiper dibujados. No soy un tipo afecto a las agendas ni a los organigramas. Con lo cual, me es bastante difícil mantener rutinas muy establecidas. Pero lo que me ordena el tiempo es trabajar mucho. Sé manejar la ansiedad y la desesperación respecto al futuro.
N.M. El Aguijón de la Noche es un ciclo donde realizas improvisaciones pictóricas en vivo en interacción con música y recitado de prosa y poesía. ¿Te sirve esta experiencia como una bocanada de aire fresco a la hora de crear sin estar vinculado a algún encargo particular?
S.C. Más que una bocanada de aire fresco, esas improvisaciones son aire caliente en los pulmones: quizás flotas, quizás te incendias. Depende de cómo vaya fluyendo. A mí me parece buenísimo el tema de la experimentación y la improvisación en vivo de la pintura. Es muy difícil hacerlo, yo iba con alguna idea en la cabeza, pero después terminaba trabajando con lo que iba pensando a partir del texto y la idea. Es un entrenamiento arduo pero genial. Me parecía que tenía algo muy vulnerable, dado que te expones a lo que sale y estás con gente cerca.
A mí me dio muchas herramientas para trabajar de verdad, libremente, para generar imágenes que surgen de mí mismo. Lo bueno de improvisar sin tema es que te pones a trabajar y a improvisar lo que tengas ganas. Trabajar con un tema te da la atmósfera y la precisión para poder concentrarte en algún aspecto discursivo y lograr, en compañía de músicos y de poetas amigos, una idea y una imaginería nueva. Es muy difícil manejar el encargo: la premura, el tiempo limitado… A mí me sirvió para tener una búsqueda de pintura inmediata, sin dibujar. Me dio la capacidad de manejar la pincelada de un modo veloz, preciso y mucho más plástico. Después todo eso lo incorporas a la pintura.
«Más que una bocanada de aire fresco, las improvisaciones son aire caliente en los pulmones: quizás flotas, quizás te incendias»
N.M. De todos los libros que has ilustrado, ¿cuál tiene mayor significado para ti y por qué?
S.C. Quizás el más conocido es La condesa sangrienta, un libro que hice en 2008, que se publicó en 2009 y que sigue teniendo muchísima circulación. Es una obra de referencia aunque, por voluntad artística y decisión estética, he ido cambiando el rumbo y encarando otro tipo de obras para no quedar encasillado en esta obra bellísima pero terrible. Por otra parte, hay un libro que me gusta mucho que es El eco de mis muertes, una serie absolutamente personal a partir de lo que leí en la obra poética de Alejandra Pizarnik: compuse una serie con un discurso visual novedoso, como una especie de infancia ensoñada y terrible, en una clave cromática alta. Por otra parte, me gusta un libro que salió hace poco y que casi nadie tiene: Apariciones, de Margo Glantz. Esta obra me permitió hacer muchas ilustraciones pequeñas con bolígrafo rojo y negro. El texto me dio mucha libertad con esa forma fragmentaria que tiene de narración. Me permitió de nuevo encarar la cuestión de lo religioso, los cuerpos, la violencia, el placer… desde una imagen un poco más diurna, sin fondos.
N.M. ¿Podrías contarnos algo más sobre tus inicios como ilustrador?
S.C. Empecé como historietista, pero no había donde publicar, así que me adentré un poco en ilustración infantil con 19 años. Tenía un estilo muy grotesco y humorístico, así que meterme ahí no era tan loco. Empecé a trabajar en manuales escolares. En 2005, con 23 años, trabajé como ilustrador en Caras y Caretas, una revista de historia y política, donde fui desarrollando un discurso más dramático y propio. Esto me permitió desplegar una serie de símbolos que se convirtieron en parte de mi registro. Todo esto se amplificó en mi etapa de ilustrador para libros, donde comencé a hacer series completas.
N.M. ¿Qué obra literaria te gustaría ilustrar en estos momentos?
S.C. Tengo ganas de hacer una serie de pinturas. Empecé a escribir sobre un tema en particular y un poema medio largo, a apuntar ideas para hacer un libro con texto e imágenes mías. El poema no pudo avanzar y ahora estoy pensando en hacer una serie de pinturas sobre ello. Así que no hay una obra de un autor en particular que quisiera ilustrar y no pueda. Estoy a punto de empezar a abocetar y a planificar las ilustraciones para un libro en conjunto con Fernanda García Lao. Un libro que editaré e ilustraré.
N.M. ¿Podrías adelantarnos algo más sobre tus futuros proyecto? Sobre aquellos que se están fraguando actualmente.
S.C. También estoy adaptando una película a una especie de novela gráfica o libro ilustrado. Empecé a hacer un par de imágenes para buscar la estética y me gustan, pero no estoy muy seguro todavía de cómo va a seguir. Por otra parte, estoy trabajando con un póster de una película para una gente que hace posters nuevos de películas clásicas y me pidieron versionar alguna película que me interesa. También estoy terminando una pintura grande para una banda de música alemana llamada Wode.
Además quedó pendiente terminar Frankenstein. Hubo problemas con la editorial y no se pudo llegar a publicar en la época del aniversario. Me duele porque me quedaron ideas sin pintar y es un libro que quiero mucho, así que en algún momento saldrá a la luz.
N.M. Las imágenes son una fuente de transmisión de ideas y sentimientos de gran poder. ¿Crees que, en la literatura adulta, de forma general, se aprovecha realmente esta herramienta expresiva?
S.C. Hay imágenes que me llegan más o menos, hay formas discursivas que me llegan más. En su mayoría, el mundo de la ilustración está muy ceñido a una estética infantilizada. Si no es la estética preponderante en los libros infantiles, es una estética muy pop, muy cínica, muy poco disruptiva. De pose cómoda punk, y no sé si es tiempo de ser punks. Me parece que no tiene un carácter disruptivo, la cultura post moderna de este capitalismo insufrible ya cooptó esa lógica de “no me importa, rompamos con todo”. Yo no conecto mucho con eso, menos con un pop superficial que no da cuenta de todo lo que se puede hablar sobre la condición humana.
«Yo no conecto con las imágenes pop y superficiales que no dan cuenta de todo lo que se puede hablar sobre la condición humana»
N.M. He leído que has llegado a tener una cierta relación amor-odio con la industria del cómic. ¿Podrías hablarnos algo más sobre ello?
S.C. No sabría decir si es una relación amor-odio. Tengo un cariño particular por el mundo de los cómics. Empecé a dibujar cuando leía cómics y configurando mis primeras narrativas de la mano de Oscar Capristo, historiestista y docente. Hoy en día, sigo pasándole mis cómics a mi hijo para que empiece a leer. Hay obras que me encantan. Me siguen gustando sobre todo las que son para adultos.
Con el cómic, obviamente no hay odio. Tal vez con la industria sí… Cuando yo hice fanzines fue porque no había dónde publicar y, hace unos años, hice el número 30 de la serie de Abe Sapiens, el personaje de Hellboy, para Dark Horse. Fue muy bien, lo que pasa es que removieron al editor con el que trabajaba del cargo y se interrumpió la continuidad de los encargos. Así que no volví a hacer historietas.
Me gustaría hacer una novela gráfica, y la haré si aparece un buen tema que justifique una obra de narración secuencial. De lo contrario preferiría hacer un libro ilustrado.
N.M. Viendo tu trabajo resulta evidente la relación que presenta con la pintura y con el simbolismo. En el siglo XIX el simbolismo surgió como contraposición al realismo subyacente en la pintura impresionista. ¿Puede tu estilo ser una reacción al arte contemporáneo?
S.C. Mi estilo no es una reacción al arte contemporáneo porque éste siempre me fue muy indiferente. Yo he aprendido con el trabajo de gente de otras épocas, de otras generaciones y trayendo de esos discursos lo que resonaba más personal para mí, lo que yo quería decir. Y hoy que miro lo contemporáneo con aversión, sí reacciono, sí lo discuto y trato de desplegar una discursividad que discuta alguna de las formas de composición de este arte, o puramente conceptual o puramente disruptivo en los términos más banales, como el escándalo. Me interesa muy poco y me parece que hay que combatirlo, pero la mejor forma de llevarlo a cabo es haciendo una buena obra que dé cuenta de otra forma de hacer, de pensar la imagen, de tratar las escenas, los personajes y la poética.
El simbolismo fue una gran escuela para mí. Hoy miro menos referencias de esa época, pero los tengo siempre presentes. Me parece vital encontrar otra forma de subjetividad, pero creo que eso se está resintiendo bastante: en esta crisis donde aparece de relieve lo más vital y lo delicado de lo vivo, me parece que cabe menos el absurdo, la sorna en lo discursivo.
Sitio oficial del artista: http://santiagocaruso.com.ar/