Vivimos en la era de la mina del terror explotada, algo que se hace más evidente en el cine. Y más concretamente en el cine hollywoodense del género. Los zombies, los vampiros, los hombres lobo, los espíritus y los extraterrestres arquetípicos necesitan tomarse un letargo tan necesario como merecido. Es un error utilizar las mismas fórmulas que se utilizaban a mediados del siglo pasado para quitarnos el sueño y sólo está en las manos de los más talentosos y visionarios maestros del terror llevar a buen puerto e innovar en el género echando mano a las figuras tradicionales. Es cierto que los amantes del terror siempre disfrutarán de las historias y los autores clásicos, aunque por otras circunstancias ajenas al temor que infunde en la psique del lector o el espectador aquello que le es desconocido, extraño y que traspasa los límites del conocimiento. En este sentido, la nostalgia, el gusto por la oscuridad, lo monstruoso o lo grotesco acompañados por una buena trama de fondo, siguen siendo el nexo que une al amante del género con las obras literarias, sonoras, gráficas, audiovisuales o de la tradición oral. Ni que decir tiene que existen grandes creaciones que trascienden el paso de los años y que, hoy en día, nos siguen aterrando igual o incluso más que en su origen.
En mitad de este hastío en la búsqueda de un terror auténtico, original, fresco y que apele a los horrores que nos acechan en la sociedad contemporánea surge, de forma imponente, el perturbador y horroroso universo de Junji Itō (Gifu, 1963). El dibujante y escritor japonés comenzó su andadura en el manga (cómic de origen japonés) en los 90, mientras trabajaba como técnico en una clínica dental e inspirado por los dibujos de su hermana y del también mangaka Kazuo Umezu, considerado por muchos como el precursor del género. Itō es reconocido en todo el globo por sus obras Uzumaki, Black Paradox, Gyo, Tomie o Hellstar Remina y gran parte de su bibliografía ha sido adaptada a series de animación y acción real.
La maestría de este artista radica en su capacidad para hacer de cualquier aspecto cotidiano, banal o doméstico una amalgama de elementos sobrenaturales, surrealistas y repulsivos abordando, de forma directa, el horror más cercano y realista. Según el propio autor, su principal inspiración es el “día a día”, y asegura que donde otras personas ven escenas irrelevantes, para él son fuente de múltiples ideas para sus historias. Además, afirma que las situaciones cotidianas son las que tienen más poder para aterrar a las personas.
¿Y qué hay más cercano que nuestro propio cuerpo? El japonés ha logrado llevar el terror corporal, o body-horror, a su máximo esplendor en el manga, tal y como lo logró David Cronenberg en el séptimo arte. Los personajes creados por el dibujante a menudo deben afrontar la amenaza que suponen sus propios cuerpos, de los cuales pierden el control y pasan, progresivamente, a ser entidades independientes de la consciencia de los protagonistas. El horror al que recurre Itō es el del ser humano perdiendo el control de su propia anatomía. Así, sus personajes estéticamente bellos y realistas en un principio, suelen sufrir una metamorfosis kafkiana que los eleva hasta la más absoluta monstruosidad. Esa dualidad a caballo entre lo hermoso y lo extremadamente desagradable es, sin duda, el sello del autor que lo hace inmediatamente reconocible. Y es que, según el artista, el realismo en la técnica que emplea es una de las claves para hacer partícipe al lector e invitarlo a fantasear sobre la posibilidad de que las situaciones de sus viñetas pudiesen llegar a ser reales.
Su obra Uzumaki (1998), una de las más populares y compuesta por tres volúmenes, goza de una gran relevancia en el marco del horror corporal. La historia transcurre en un misterioso pueblo, en el cual se desarrolla paulatinamente una histeria colectiva por el acaecimiento de fenómenos extraños relacionados con las espirales. Tanto es así, que muchos habitantes de la localidad atribuyen estos sucesos inexplicables a una maldición. Y no es para menos, dado que incluso los propios habitantes terminan sufriendo mutaciones de lo más variopintas relacionadas con formas en espiral.
Inspirado por autores como H.P Lovecraft, Edgar Allan Poe, Hideshi Hino, Furuka Shinichi o Yasutaka Tsutsui, el mangaka trabaja con un discurso cimentado en la irracionalidad de los actos de sus personajes, tiñendo la historia de una atmósfera onírica e inquietante desde las primeras viñetas. El destino de sus protagonistas suele enfrentarlos de forma directa con una sociedad de la que terminan desplazados a raíz de sufrir estas transformaciones psíquicas y corpóreas.
Otra de las características propias de las historias del dibujante es el orden desconocido y antinatural del entorno en el que transcurre la trama. Los protagonistas afrontan un sino extraño que escapa de la comprensión tanto del personaje como del lector y que siempre concluye sin explicación alguna. Itō jamás revela de dónde proceden los fenómenos, apelando de forma directa a los límites del conocimiento, algo propio también en los relatos de Lovecraft y su horror cósmico. El japonés considera que consumir historias de terror, en cualquiera de sus formatos, y recolectar ideas es imprescindible para escribir en este género, aunque recalca que la clave de una buena obra está en otorgarle un estilo propio, pero sin copiar a otros autores. En un sentido más estético, el autor trata de desmarcarse de aquellos monstruos y fantasmas del folclore japonés que han sido explotados hasta la saciedad en los últimos años y hace referencia a personajes como Sadako de Ringu (La Señal) o Kayako de Ju-On (La Maldición), por lo que prefiere inspirarse en los diseños de otros autores como H.R. Giger (Alien, Species).
Aunque, aparentemente, el discurso narrativo del mangaka puede resultar surrealista y carente de sentido, el subtexto de sus historias versa sobre aspectos psicológicos como la depresión, el miedo al aislamiento social, la pérdida del control de la propia vida o la relación con la muerte. Los personajes suelen caminar sobre un delgado hilo que se debate entre la cordura y la locura, inclinándose finalmente por la última. El propio dibujante ha reconocido que la “locura” es un aspecto de la psicología humana que le ayuda a escribir historias.
Consumir la obra de Junji Itō es una experiencia única que difícilmente se puede experimentar ni equiparar con el nuevo cine. Aunque de vez en cuando surge una nueva joya audiovisual para dignificar el género, en la actualidad el terror auténtico se encuentra en la tinta y el papel. Pero, por encima de todo, en autores que, como Itō, tienen el poder de penetrar en la mente y las entrañas del lector para reavivar o engendrar nuevos horrores que perturban, incluso, la quietud de las escenas más cotidianas de nuestros días.