El maligno suele ser representado con un semblante poco amable, en ocasiones como un hermoso joven, en otras como un carnero negro de mirada amenazante. Si nos remitimos a las sagradas escrituras, esto tiene su porqué:

«Y Él (Jesús) le preguntó (al hombre):

– ¿Cuál es tu nombre?

Y le respondió diciendo:

– Mi nombre es Legión, pues somos muchos»

Marcos, 5:9

Esta pintura de 1889 atribuida al academicista ruso Konstantín Makovski es especialmente singular y dista bastante de otras obras cuyo protagonista es el señor de las moscas. En esta ocasión muestra una mirada cuyo sentimiento no es otro que el amor hacia la figura femenina y moribunda a la que sujeta con vehemencia.

Tamara y el demonio, Konstantin Makovsky, 1889

La obra representa el poema de su coterráneo, el poeta Mikhail Lermontov, Demon. La joven que está tendida en el suelo junto a Lucifer es Tamara, quien decide ingresar en un convento después del asesinato del príncipe con el que se iba a casar. Es en esta situación cuando conoce al mismo Diablo, quien se enamora ciegamente de ella.

La pintura muestra el trágico instante que tiene lugar tras besar a la joven Tamara. Ésta está a punto de expirar a causa de ese primer beso y el Ángel Caído la mira por última vez con una mueca de dolor.