Sin llegar a entrar en el debate que ya tuvimos ocasión de apuntar en nuestra entrada anterior, relativa al origen geográfico de este pueblo, lo cierto es que entre los siglos IX y I a.C., el pueblo etrusco desarrolló una cultura de capital importancia para la comprensión de la historia de la península itálica durante el primer milenio antes de Cristo. No obstante, cuando hablamos de los etruscos es inevitable hablar, al tiempo, de la cultura vilanoviana. Pues no puede comprenderse una sin entender la otra.
ETAPA VILANOVIANA
Los inicios de la cultura etrusca y alguno de sus elementos caracterizadores pueden retrotraerse hasta la etapa final de la edad del bronce e inicios de la edad del hierro. Así, puede hablarse de un importante periodo vilanoviano entre el siglo X y VIII a.C., donde sus habitantes vivían en poblados compuestos por chozas de planta circular, situados en altiplanos y rodeados de murallas que dieron lugar, en momentos posteriores, a los imponentes perímetros defensivos como los que se encontraron en ciudades etruscas como Volterra. Estos poblados estaban, principalmente, dedicados a la explotación de la tierra (agricultura y ganadería) con un sector artesanal en continuo crecimiento y una religiosidad rica y ecléctica poco conocida, destacando en este ámbito, por el conocimiento que de ello tenemos, el mundo funerario, donde el rito que presidía el paso de la vida a la muerte era el de la cremación.
En lo referente a este rito, una vez cremados, los restos del difunto se colocaban en unas características urnas que posteriormente eran depositadas en zonas destinadas a ello en las inmediaciones de los asentamientos, formando así autenticas necrópolis similares a los campos de urnas danubianos. En estas zonas, las urnas descansaban en los llamados tombe a pozzeto, que eran pozos excavados en el suelo con paredes recubiertas de guijarros, o en las llamadas tombe a cassetta, realizadas a base de lajas de piedra. Es presumible creer que, al igual que posteriormente en el periodo propiamente etrusco, la cremación de los restos y su depósito en estas necrópolis estaría acompañado por banquetes, libaciones y diversos rituales religiosos actualmente desconocidos.
Las urnas en las que se depositan los restos cremados son diversas, usando desde vasos bicónicos, hasta ollas, pasando por jarras y otros elementos adecuados a la función. En no pocas ocasiones vemos en los registros arqueológicos cómo estos vasos están decorados con motivos geométricos, incisos o peinados y, en alguna ocasión, incluso coronados con yelmos militares realizados en bronce.
El ajuar que acompaña estas urnas se caracteriza por una profusa diversidad, pudiendo incluir fíbulas, bocados de caballo, armas en el caso de los hombres, elementos de telar en el caso de las mujeres y otros elementos decorativos, destacando la escasa presencia de elementos cerámicos, así como la diversidad y ostentación progresiva de los ajuares en los últimos periodos vilanovianos con respecto a los más antiguos. Es precisamente a través del registro funerario que podemos hablar actualmente de una sociedad en estos periodos de carácter igualitario con escasas diferencias sociales entre los miembros de una misma comunidad. Así mismo, no podemos hablar en estos momentos, ni tampoco en el periodo posterior propiamente etrusco, de estados territoriales extensos, sino de asentamientos independientes con relaciones comerciales y contactos asiduos entre ellos que, en ningún caso, alcanzarían vínculos políticos y de gobierno de carácter territorial.
ETAPA ETRUSCA
A partir del último tercio del siglo VIII a.C., se desarrolló en la actual zona de la Toscana (es decir, de forma aproximada; la zona correspondiente a la cultura vilanoviana), Grecia, y otras partes de Italia y el Mediterráneo occidental una corriente cultural de carácter orientalizante, que, a través del comercio, hizo llegar a estas zonas producciones artísticas con iconografías y estilos procedentes del Mediterráneo más oriental y próximo oriental. Este proceso vino favorecido por el movimiento colonizador que se produjo por parte de los fenicios y griegos por estas fechas en su afán de incrementar sus relaciones comerciales y alivianar la presión demográfica de sus lugares de origen.
Estas nuevas corrientes culturales supusieron un potenciamiento de las clases aristocráticas y, al tiempo, un revulsivo cultural que tendría su principal manifestación en el surgimiento del pueblo etrusco y alguno de sus principales rasgos caracterizadores.
La sociedad, hasta ahora de carácter eminentemente igualitario, adquiere una estructura de tipo gentilicio cuya cabeza la ocupará el llamado princeps. Por tanto, hablamos de familias concebidas en sentido amplio y que mezclaron en su seno relaciones de carácter consanguíneo con otras de tipo personal, aglutinados todos ellos en torno al líder o jefe de la gens, el princeps.
Básicamente, al hablar de gens se hace referencia a un grupo de personas compuesto por varias familias que no incluían únicamente miembros con relaciones de consanguinidad sino también individuos como libertos, que no compartían más que lazos de servidumbre u obediencia respecto de quienes fueron esclavos. Así, la sociedad etrusca se componía de una multitud de gens que convivían y establecían relaciones entre ellas y donde el prestigio y la diferenciación social empezarían a ser cada vez más valorados. Por tanto, en este periodo surgió una élite aristocrática, y de corte militar, que comenzó a manifestar importantes rasgos distintivos.
Las mujeres etruscas participaban en igualdad de condiciones que los hombres en los simposios: charlando, bailando y bebiendo
Uno de los eclécticos rasgos que caracterizan esta nueva sociedad aristocrática etrusca es el papel que desempeñaban las mujeres en el seno de los simposios: agradables charlas tras las comidas que venían acompañadas por música, bailes y bebida, donde las mujeres participaban en igualdad de condiciones que los hombres. Estos acontecimientos debieron sorprender en gran medida a la mentalidad griega, habituada en exclusiva a los simposios masculinos.
En esta nueva etapa, el comercio se incrementó y los asentamientos, tradicionalmente situados en altiplanos, descendieron hasta situarse en llanuras lacustres, puntos cercanos a los cauces de los ríos o el mar y colinas suaves, todo ello a fin de acometer una mejor explotación de las tierras fértiles y aprovechar las comunicaciones fluviales y marítimas para el desarrollo de las relaciones comerciales. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en la ciudad etrusca de Populonia, situada frente a la isla de Elba y en una zona de colina.
En lo referente al urbanismo vemos cómo se instaura la casa de tipo cuadrangular con patio central, formando ciudades amuralladas divididas en cuadriculas, donde la piedra comenzó a tener una mayor importancia, utilizándose no únicamente para el lienzo de las murallas, sino también para ciertas edificaciones, sobre todo en la parte baja de los muros, quedando la madera para zonas de cubiertas y techados.
También en el mundo funerario se experimentan grandes e importantes cambios. Así, las nuevas concepciones arquitectónicas y aristocráticas tienen algunas de sus principales manifestaciones en la aparición de nuevas urnas cinerarias para los restos procedentes de la cremación, surgiendo urnas en forma de casa/cabaña, en forma de templo o incluso en forma de sarcófagos, siendo muy comunes los sarcófagos que representan a dos esposos recostados, o bien, a uno solo de ellos. En estas formas escultóricas se observa que, a diferencia de la búsqueda del ideal de belleza perseguido en la escultura griega, como cabría esperar, la escultura etrusca busca representar la realidad huyendo del idealismo artístico. Se constata en estos momentos que, unido al ritual de cremación, se recoge la costumbre de reunir los restos cremados del difunto en un paño, generalmente de lino, y en el que los restos quedaran envueltos y posteriormente depositados en las urnas. Este rito, pese a la diversidad de fuentes, parece provenir de una antigua tradición ligada a los funerales de los héroes de la tradición homérica, y recibe el nombre de ossilegium.
Al ritual de la cremación, se une también el rito de la inhumación de los cuerpos. Este rito parece haberse extendido desde las zonas etruscas de la costa hacia el interior, lo que podría estar atestiguando la llega desde el exterior de esta nueva costumbre. En cualquier caso, diferenciamos dos tipos de inhumaciones: el enterramiento del cuerpo boca arriba (posición supina) en una fosa excavada en el suelo y recubierta con piedra, y las inhumaciones de carácter monumental con tumbas de cámara y corredor, consistente en la construcción de una gran cámara a la que se accedía mediante una galería y en la que se situaba el cuerpo del difunto, a menudo en grandes y ostentosos sarcófagos de gran belleza. En estos casos siempre se habla de un miembro destacado de la aristocracia o, en todo caso, de alguien que ocupa un papel preponderante dentro de su sociedad. Estas tumbas servían así de lugar de descanso para el difunto, así como su pareja y los hijos aún dependientes. Es por ello por lo que estas estancias eran profusamente decoradas al fresco con todo lujo de detalles, representando coloridas escenas de vida y de alegría, como atestiguan tumbas como la llamada Tumba del Triclinio (S. V a.C.), en la provincia de Viterbo. En cuanto a los ajuares que acompañaban estas tumbas monumentales destacaban los bocados de caballo, armas, armaduras y objetos militares de diversa índole, joyas ricamente trabajadas, vasos cerámicos de importación y autóctonos, arneses, figurillas, etc.
ETRUSCOS, EL AMANECER DE ROMA
Muchas de estas piezas artísticas de carácter funerario podrán observarse en estos días en la exposición sobre los etruscos que acoge el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ). Entre las numerosas piezas que pueden apreciarse, se encuentran diversas urnas cinerarias y sarcófagos de increíble belleza que nos permitirán hacernos una idea muy clara de los rasgos escultóricos y estilísticos del arte etrusco. Un arte que, pese a lo que pueda parecer, estuvo sujeto a continúa evolución y cambio tanto en los materiales como en las formas. Así, si uno analiza el famoso sarcófago de los esposos, del S. VI a.C., de Villa Giulia, podrá ver una magnífica obra escultórica realizada en terracota. En ella, un marido y una mujer posan reclinados sobre un lecho y con una confianza entre ellos electrizante, algo que se hace patente con un primer vistazo: el marido rodea a su mujer con el brazo y muestran unas sonrisas que, pese a ser del todo punto expresivas, manifiestan ciertos rasgos hieráticos e idealistas. Estos rasgos se va a ir perdiendo progresivamente, siendo sustituidos por otro tipo de características que buscan reflejar una realidad aún más fidedigna.
Una buena muestra de esto último la tenemos en la comparativa con el Sarcófago de los Esposos, del S. I a.C., del Museo Guarnacci, donde también se pueden ver representados a dos esposos, pero en esta ocasión el material sobre el que se ha realizado es piedra y los protagonistas se miran intensamente entre ellos, dejando ver pasión y sentimiento en cada vistazo. Las arrugas y los defectos faciales hacen su aparición para dar lugar a un nuevo tipo de representación que, por otro lado, parece imitar ya los estilos de vestimenta y representación romanos característicos de la influencia y poder de esta última ciudad en este último periodo etrusco. Etruscos, el amanecer de Roma es, sin duda, una exposición magnifica en la que el MARQ nos acerca a la belleza y magnificencia de la cultura y el pueblo etrusco. Además, nos permite entender la influencia que este pueblo, no sólo recibió de oriente sino que, además, supo transformarla y adaptarla para luego extenderla a su entorno, cautivando a la misma ciudad de Roma.
Bibliografía:
Bartoloni, Gilda (1989). La cultura vilanoviana. Carocci editore.
López Barja de Quiroga, Pedro y Lomas Salmonte, Francisco J. (2004). Historia de Roma. Akal Textos
Victor J. Monserrat (2013). Los artrópodos en la mitología, las creencias, la ciencia y el arte de los etruscos y Roma. Boletín de la Sociedad Entomológica Aragonesa. Nº53, 363-412.
* Foto de portada: Cabeza de Júpiter, que puede visitarse en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ) del 27 de agosto hasta el 12 de diciembre 2021