La imponente figura de la serpiente ha fascinado y despertado el interés de los seres humanos desde el origen de los tiempos. Su representación en el arte comenzó con las pinturas rupestres y no ha dejado de ser un motivo recurrente en lienzos, mosaicos y esculturas hasta el día de hoy, donde también suelen desarrollar un papel antagonista en películas y relatos. Los motivos serpentiformes siempre se han prestado a formar parte de la decoración de piezas arquitectónicas y pinturas por su anatomía dúctil, capaz de enroscarse, ondear y adaptarse a cualquier superficie. Además, estas criaturas se relacionan con los territorios pantanosos y húmedos. Con el fango y la lluvia. Por lo que muchas esculturas, fuentes y gárgolas son adornadas con serpientes o seres con características propias de este reptil. Además, la capacidad de este animal de mudar la piel fascinó a los escritores antiguos, ya que se creía que, al desprenderse de su capa de piel, rejuvenecía y se convertía en un ser nuevo. Por lo que su figura alimentaba el mito del eterno retorno, la resurrección y la encarnación.

El temible reptil forma parte de la literatura universal y, en gran parte de las culturas que existen y existieron en todo el globo, han sido objeto de mitos y leyendas. Seguro que estás pensando en el Génesis, cuando Satán, bajo la forma de la serpiente, instigó a Adán y Eva a morder la manzana, engendrando así el pecado original. Irremediablemente, gracias a nuestra cultura, mitos y religiones, o a causa de ellas, en el imaginario colectivo este reptil siempre ha estado asociado a conceptos negativos: a aquello que se oculta, que se arrastra por el suelo, que se esconde en la tierra. Aunque es imposible obviar, desde luego, la naturaleza depredadora de algunos ofidios cuyas picaduras pueden tumbar a un ser humano en cuestión de minutos, por lo que no es de extrañar que, en muchos mitos y leyendas, sembrasen el terror con sus fechorías.

La serpiente no sólo se asocia a la muerte por su picadura mortal, el hecho de que repten y que se oculten en el seno de la tierra también las ha convertido en símbolos funerarios de múltiples culturas. Aunque, como suele ocurrir con todos los símbolos universales, existe una dualidad que se bifurca entre el bien y el mal. En el Antigüo Egipto la sierpe se consideraba un animal sagrado y algunos faraones utilizaban adornos que representaban a este animal. En la mitología egipcia Apofis, una serpiente monstruosa y colosal, era la encarnación del mal y las tinieblas que habitaba la Duat (inframundo), por lo que todas las serpientes se consideraban una encarnación de este ser maléfico. Todas salvo Eureus (la cobra), que representaba al Sol y era venerada porque simbolizaba la resurrección, por lo que los faraones se valían de amuletos en los que se representaba esta deidad para protegerse de las fuerzas malignas y el infortunio.

También en la antigua mitología griega los símbolos serpentiformes tenían una carga simbólica positiva en algunos casos. Sin ir más lejos, el báculo del que se valía el dios de la medicina Asclepio, o Esculapio para los romanos, poseía una serpiente enroscada en él, pues se creía que los ofidios tenían el poder de resucitar a los difuntos. Al parecer, a Hades, el dios del inframundo, no le hizo mucha gracia que, por culpa de Esculapio, descendiese la tasa de defunciones y la consecuente llegada de almas desgraciadas al infierno. Zeus, para resolver el conflicto, decidió limitar el poder de Asclepio y, a partir de entonces, sólo tuvo la capacidad de sanar a los enfermos. Por ello, hoy en día la Organización Mundial de la Salud (OMS) utiliza como símbolo la vara de Asclepio en su bandera. 

También la vara del dios mensajero Hermes se representa rodeada por dos serpientes entrelazadas y coronada por un par de alas: el caduceo.  Se cuenta que, en cierta ocasión, el dios encontró batallando a muerte a dos serpientes, a las cuales separó. A partir de aquel suceso, se dedicó a mediar entre enemigos, convirtiéndose así el caduceo en símbolo de la neutralidad y el equilibrio.

Hermes entre Las almas del Aqueronte (1898) | Por Adolf Hirémy-Hirschl | Galería Belvedere, Viena

No obstante, las serpientes monstruosas también pueden estar relacionadas con la ira de los dioses contra los mortales. Como en el caso de Laocoonte y sus hijos, asesinados por estas criaturas al revelarse contra la voluntad divina. Algo muy común también es la mutación de humanos en monstruos con características de ofidio. Por ejemplo, en La Metamorfosis el poeta Ovidio cuenta cómo el hermano de Europa Cadmo, y Harmonía son transformados en serpientes a causa de la ira de Ares, el dios de la guerra, por acabar con la vida del dragón que custodiaba su fuente. Más conocido es el mito de Medusa, la mujer a quien la diosa Atenea transformó en gorgona como castigo por haber sido violada por Poseidón, el dios del mar. Los frondosos cabellos de Medusa fueron transformados en un nido de serpientes venenosas.

Fua a partir del cristianismo más primitivo cuando la serpiente comenzó a ser demonizada, asociada a la traición, el engaño, el pecado, el mal y la muerte. La figura de este reptil a menudo ha sido utilizada con pretensiones moralizantes: el guerrero contra el reptil, el ave contra la serpiente… En definitiva, el bien vencedor del mal. Como en el caso de festividades y deidades paganas, el cristianismo también se apropió de los mitos relacionados con la criatura reptante, así la figura de la mujer de las serpientes que encarna a la Madre Tierra y se presenta como una joven amamantando a los reptiles, fue un tema muy arraigado en la Edad Media y pasó a simbolizar la lujuria bajo la mirada de la cristiandad. 

Cadmo matando al dragón (entre 1573 y 1617) | Por Hendrick Goltzius | Galería Nacional de Dinamarca

El Génesis no es el único pasaje de La Biblia donde el reptil encarna lo malvado y lo pecaminoso, en el Antiguo Testamento también se cuenta que Yahvé envió “serpientes abrasadoras” al pueblo de Israel como castigo por haber dudado de su palabra. Muchos israelitas murieron, por lo que los supervivientes acudieron a Moisés para que mediase con Dios y retirase la plaga de sierpes. Éste le escuchó y le ordenó que fabricase un mástil coronado por una serpiente de cobre que liberaría de la muerte a aquellos que fueran mordidos por un ofidio si miraban aquella figura serpentimorfa.  En otros pasajes de La Biblia, como San Lucas (IV; 31-37) y San Marcos (I; 21-28), se cuenta cómo los sapos y las culebras rezuman de la boca de los poseídos por el Demonio, a los que Cristo espeta con las siguientes palabras: “¡Cállate y sal de ese hombre! El espíritu inmundo lo retorció, y dando un alarido, salió”.

Independientemente de que el ser humano a lo largo de los siglos haya decido atribuir a las serpientes connotaciones negativas o positivas, la única verdad universal es que la concepción del bien y el mal es una construcción social y que, como dijo Plinio el Joven: “El mayor de los males que sufre el hombre proviene del hombre mismo”.