En portada: Frances Griffiths fotografiada por Elsie Wright
Si existe un fraude fotográfico equiparable al de la famosa fotografía del supuesto monstruo del Lago Ness tomada por el cirujano británico Robert Wilson en 1934, es el de las hadas de Cottingley. El caso tuvo lugar unos años atrás, en 1917, cuando las niñas Elsie Wright, de 16 años; y Frances Griffith, de 10 años, hicieron públicas unas fotografías en las que aparecían jugando en Cottingley, una villa boscosa de Bradford (Yorkshire, Inglaterra) junto a una serie de simpáticas hadas que parecían cantar y danzar alegremente a su alrededor. El caso tuvo tal trascendencia, lo que hoy se calificaría como un fenómeno viral, que hasta logró engañar al mismísimo autor de Sherlock Holmes, sir Arthur Conan Doyle. Tanto se esforzó el escritor en defender la veracidad de las fotografías, que su reputación se vio comprometida en aquella época.
Elsie, la mayor, era una talentosa con los pinceles y se dedicaba a pintar paisajes en acuarela hasta que entró en la Escuela de Arte de Bradford, tres años antes de tomar la primera fotografía con las hadas. Aunque la pintura no era su única destreza, también obtuvo conocimientos en captación, montaje y revelado de fotografías gracias a su experiencia en un laboratorio fotográfico donde trabajó durante la Primera Guerra Mundial. La empresa para la que trabajaba se dedicaba a hacer composiciones con fotografías de soldados que habían perecido en el campo de batalla y sus familiares. Un día, Elsie tomó prestada la cámara de su padre y se fue con Frances, que era su prima y vivía con ellos entonces, a un arroyo que había detrás de su casa. Cuando se revelaron las placas y el padre vio las primeras fotografías no les dio credibilidad e impidió a las chicas volver a utilizar la cámara. A pesar de todo, la señora Wright, que mostraba interés por temas de ocultismo, tenía una opinión contraria respecto a las tomas y confiaba en que eran auténticas. Pronto se empezó a correr la voz y las imágenes fueron examinadas por diferentes fotógrafos que las dieron por auténticas, incluso llegaron a parar a los laboratorios de Kodak, aunque la firma no les dio credibilidad dado que, según comunicaron, existen múltiples formas de falsificar una toma fotográfica.
El caso de las hadas de Cottingley se hizo popular en 1919, cuando la señora Wright asistió a una reunión de la Sociedad Teosófica de Bradford. Casualmente, en el evento se trató el tema de la existencia de las hadas y la madre no perdió la oportunidad de contar que su hija y su sobrina sabían, de primera mano, de la existencia de estas criaturas míticas e incluso que podían aportar documentos gráficos para probarlo. El relato de la señora Wright no tardó en llegar a los oídos del líder teosofista, Edward Gardner, quien alzó más la voz al ver las fotografías y creer que eran auténticas.
Pero esta historia llegó a su punto álgido cuando, en 1920, el médico y escritor Arthur Conan Doyle recibió un encargo por parte de la revista The Strand, se trataba de un artículo sobre hadas que se publicaría en las navidades de ese mismo año. Un par de meses antes, el autor de El sabueso de los Baskerville escuchó la historia de las hadas de Cottingley y contactó con Gardner, quien le prestó copias de las fotografías. Doyle, fascinado, mostró las imágenes a parapsicólogos, estudiosos de criaturas mitológicas e incluso a clarividentes, quienes en su mayoría se postularon por la opinión de que las fotografías eran un fraude. Aunque el novelista era un hombre de ciencia, paradójicamente también era espiritista y uno de los defensores más destacados de esta doctrina, por lo que sostuvo hasta el día de su muerte que las imágenes de las hadas de Cottingley eran auténticas.
El fraude llegó tan lejos que las niñas no se atrevieron a contar la verdad después de haber engañado hasta al mismísimo autor de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle
La edición de la revista donde se publicó el artículo de Doyle con el título “Hadas fotografiadas: un suceso memorable” fue agotada en cuestión de días. Aunque el autor de Sherlock Holmes había preservado el anonimato de Elsie y Frances, más tarde el periódico Westminster Gazzette reveló sus identidades y el caso tuvo tal alcance que reporteros y clarividentes no cesaron de visitar la zona donde las niñas decían haber avistado las hadas, lo que ocasionó un tremendo hartazgo sobre el tema a la familia.
Con el tiempo, el caso terminó cayendo en el olvido y las primas volvieron al deseado anonimato hasta que, en los años 70, varias cadenas de televisión reavivaron el tema contactando con Elsie y Frances. Estas concedieron algunas entrevistas, en las cuales negaron categóricamente que las fotografías fueran falsas, alegando que ninguna niña podría mantener un secreto de semejante trascendencia durante tantos años. En aquella década surgió la teoría de que las fotografías habían sido confeccionadas desde el momento de la toma y no posteriormente. Se dijo al respecto que se habían utilizado recortables de cartón que habían sujetado a alambres para mantenerlos en pie. Sea como fuere, los expertos coincidían en que se podía apreciar, de forma clara, que las figuras de las hadas no eran reales debido a la falta de volumen y una iluminación diferente a la de las niñas.
Hubo que esperar hasta los años 80 para que Elsie y Frances declarasen en la revista The Unexplained que, efectivamente, las fotografías eran falsas y que habían utilizado el método de los recortables sujetos con alfileres. Confesaron que sólo hicieron aquellas fotos para divertirse y que, cuando se dieron cuenta, el tema había trascendido tanto que no se atrevieron a contar la verdad después de haber engañado incluso al gran Conan Doyle. No obstante, Frances declaró que, pese a la falsedad de las fotos, ella sí vio hadas en el arroyo y que la quinta imagen, donde se veía a las criaturas haladas tomando el sol, era veraz.
Pese al fraude, evidente para algunos y no tan evidente para otros, lo cierto es que esta bella serie de cinco instantáneas ha dejado huella en la historia de la fotografía, tanto por su atractiva estética como por el hecho de haber sido realizadas por dos niñas sin mayor pretensión que divertirse.